Dr. Insólito o cómo aprendí a no preocuparme y amar la bomba (Dr. Strangelove or how I learned to stop worrying and love the bomb)
Esta sátira, que fue dirigida y escrita por Stanley Kubrick, se estrenó en 1964 (solo dos años después del momento más candente en la Guerra Fría) poniendo en jaque, entre risas y absurdos, el peligro nuclear, y más aún, a quienes lo tratan. Creyendo que los soviéticos “fluorizan” el agua estadounidense, contaminándola y alterando los “fluidos líquidos” de los habitantes del país, el general Jack D Ripper (que de hecho resulta ser un divertido juego de palabras con el nombre Jack el Destripador en inglés, presagiando lo que va a venir) ordena un ataque nuclear a la URSS.
Entre carteles que aclaman “La Paz es Nuestra Profesión” y un clásico de la guerra como lo es “When Johnny Comes Marching Home”, que suena de fondo, tanto generales, funcionarios como el propio presidente discuten en un Salón de Guerra del Pentágono, el cual está en penumbras, qué hacer con este “estúpido error”.
Dr. Strangelove es un ex científico nazi que trabaja como asesor del presidente. Es él entonces quien informa que los soviéticos tienen preparada una “Máquina del Juicio Final que se activa de manera automática si atacan nuclearmente a la Unión Soviética y que cuenta con el poder de destruir toda la vida en la tierra. Pero no solo ello: configura además un dispositivo de la llamada Destrucción Mutua asegurada (MAD –Mutually assured destruction- por sus siglas en inglés). El instrumento, una vez iniciado, no puede detenerse, algo que en definitiva resulta lógico dado que sino la estrategia perdería todo sentido.
La película es dinámica, graciosa, y por momentos hasta peligrosa. A cada una de estas características las vemos presentes cuando diplomáticos soviéticos, generales anticomunistas y un presidente al que su asesor lo llama “Mein Führer” se sumergen en una carrera para lograr hacer retroceder la mega-archi-codificada orden dada por Ripper. En cuanto a su final, sin dudas Dr. Strangelove nos regala un desenlace esplendoroso: We’ll meet again (una canción popular de la Segunda Guerra Mundial) suena de fondo mientras observamos un escenario terrorífico en el que abundan nubes con forma de champiñón.
Adentrándonos más específicamente en la disciplina que hace a este podcast, diremos que es el realismo el enfoque desde el cual podemos analizar el película en cuestión. Dentro de esta misma corriente encontramos dos expresiones o vertientes distintas: por un lado el realismo clásico, cuyo mayor exponente fue Hans Morgenthau, y por el otro el realismo neoclásico, que tiene a Kenneth Waltz como si máxima figura.
Ambos esquemas parten de la misma base y plantean que el sistema internacional es un sistema anárquico donde no existen relaciones de subordinación o jerarquía como sí ocurre al interior de cada Estado. En palabras de Waltz, por ejemplo, el principio de supervivencia actúa, en cierta manera, como requisito necesario para que los Estados puedan alcanzar sus metas. La lucha por la supervivencia se plasma entonces en el llamado Dilema de seguridad, según el cual los Estados perciben al poder como relativo en relación a los demás Estados: en los ’60, la carrera de armas entre la URSS y EEUU alcanzó una situación de Destrucción Mutua Asegurada. En otras palabras, mientras más se armaban, también más peligroso se volvía el enfrentamiento, resultando de ello un juego de suma cero (zero-sum game) en el que de un lado se encontraba la supervivencia, y del otro, la aniquilación total. Claramente, el efectivo uso de armas nucleares se vuelve ilógico en esta situación.
A su vez, Morgenthau rescata el concepto de poder político como imprescindible, el cual diferencia del de fuerza, que es entendido como ejercicio de violencia física. Ahora bien, si esta violencia deviene efectivamente real, ya no estamos entonces en presencia de poder político sino de poder militar. Esto último resulta de suma importancia al análisis en cuestión, en tanto el contexto político en el que se desarrolla la película da cuenta de que efectivamente, tal como lo plantea Morgenthau en “Política entre las naciones. La lucha por el poder y la paz”, la violencia nuclear masiva conlleva la grave amenaza de la destrucción total.
En cuanto a la película, ciertamente Kubrick pone el dedo en la llaga y nos plantea una interesante discusión: ¿qué pasa cuando la situación impensable llega, cuando uno aprieta el gatillo? ¿Cuáles son las represalias para los Estados y sus sociedades? Estamos entonces ante una situación de destrucción mutua, como planteábamos anteriormente. Sin más, toda reminiscencia de las armas nucleares como medios racionales para alcanzar fines racionales se extingue junto a su uso: se vuelven instrumentos genocidas. Se abandona el precepto moral de “prudencia” a la vez que se adopta una postura irracional; los beneficios se ignoran y los Estados asumen todos los riesgos desprendidos de sus acciones. Aquella prudencia de la que nos hablaba Morgenthau al definir a los Estados como actores racionales, se vuelve un mito del pasado. En Dr. Strangelove la única forma entonces que tienen los soviéticos de encontrar un balance a la amenaza que representa el desarrollo nuclear de los Estados Unidos es a través de “La Máquina del Juicio Final”.
Es el dilema de seguridad sintetizado. Frente a la ganancia de poder del otro, la Unión Soviética alcanzó la conclusión lógica de la carrera de armas nucleares: un arma que sea imposible de apagar y que su puesta en función implique la destrucción asegurada mundial, que supuestamente debería convencer al contrincante de no atacar. Pero lo paradójico en este caso es que el contrincante no lo sabía. “Ese es el punto de una máquina como esa”, dice Dr. Strangelove, “que el mundo lo sepa”. Y el mundo no lo sabía porque los soviéticos no lo habían divulgado. La teoría de la elección racional plantea que los individuos tienen conocimiento completo sobre sus elecciones y las consecuencias que puede tener en el mundo: la película demuestra que el conocimiento perfecto y las verdades absolutas son difíciles, sino imposibles, de alcanzar.
Para finalizar, rescatamos que lo interesante y picante de Dr. Strangelove es que vuelve real lo improbable, lo oculto bajo una supuesta racionalidad sistémica. Satiriza una situación real, la vuelve accesible mediante la comediante. Pero también pone en discusión, sin ningún tipo de dudas, conceptos y teorías que sirvieron para explicar las relaciones exteriores de los Estados durante la Guerra Fría.